Trump contra “el Señor Demasiado Tarde”: anatomía de la campaña de acoso y derribo al presidente de la Fed

Tiene que resultar frustrante para alguien que, como Donald Trump, debe buena parte de su fama y su fortuna a la frase “¡estás despedido!“ no poder echar a un empleado con el que está descontento. Ese empleado se llama Jerome Powell. Y Trump lleva meses queriendo fulminarlo al frente de la Reserva Federal (Fed) por su negativa a bajar los tipos de interés.
El presidente estadounidense lo ha probado todo: los insultos (“mula testaruda”, “tonto de remate”, “cabeza hueca”...), los motes (Señor Demasiado Tarde, le gusta llamarlo), las sospechas por el sobrecoste en la reforma de la sede del banco central en Washington o las acusaciones de “estar destrozando” el país. Pero no hay manera: Powell resiste.
Esta semana dio un paso más: Trump se reunió el martes con un grupo de congresistas a los que tanteó sobre la posibilidad de despedirlo para, al día siguiente, decir a la prensa que era “altamente improbable” que lo fuera hacer, “a menos que tenga que irse por fraude”. No está claro si iba en serio, o si solo estaba jugando a su juego favorito: el juego de la distracción.
Después de todo, la ley le prohíbe a echar a Powell, al que le queda poco en el cargo: su mandato termina en mayo del año que viene. Sea como sea, la sola idea fue suficiente para que el dólar y Wall Street cayeran y los tipos de la deuda registraran subidas, porque los mercados verían a un responsable de la política monetaria complaciente con Trump como sinónimo de inflación.

En la comparecencia en la que dijo que sí, pero no, Trump expresó un deseo recurrente: una bajada de tres puntos de los tipos, que ahora están en el 4,25%-4,50% y los inversores dan por hecho que así se quedarán en la próxima reunión del banco central, prevista para el 31 de julio. Casi todos los expertos coinciden en que un recorte como el que pide el inquilino de la Casa Blanca sería un suicidio económico de consecuencias globales.
Aquel día en el que desmintió que fuera a echar al empleado testarudo, el republicano mintió al decir que a Powell lo nombró su sucesor y antecesor en la Casa Blanca, Joe Biden. En realidad, a Powell lo designó Trump en 2017, durante su primer mandato, y Biden le renovó su confianza cuatro años después. Sucedió a Janet Yellen en el puesto. Eran los días de vino y rosas, cuando Trump lo consideraba alguien “fuerte, centrado e inteligente”.
Powell, que ha recibido esta semana el apoyo de los grandes bancos, está registrado como republicano y pertenece desde 2012 a la junta de gobernadores, siete hombres y mujeres en cuyas manos está la política monetaria de Estados Unidos, que son el núcleo duro del Comité Federal de Mercado Abierto y actúan con un doble mandato: lograr precios estables y máximo empleo. Entonces, fue Barack Obama quien lo nombró para un cargo por 14 años, así que, aunque no renueve como presidente, si así lo decide, seguirá vinculado a la Fed hasta 2028, mal que le pese a Trump.
Powell es licenciado en Ciencias Políticas y se graduó en la Escuela de Derecho de la universidad de Georgetown, en Washington. Alguien que lo conoce personalmente lo definió esta semana en un conversación con EL PAÍS como un “hombre tranquilo”. También recordó que antes del servicio público trabajó durante 20 años como inversor en el sector privado, donde llegó a ser socio de la potente firma Carlyle, y que eso garantiza que tendrá dinero para plantar cara a Trump en los tribunales si hiciera falta. En su currículo, también figura una temporada como vicesecretario del Tesoro con Bush hijo.
Una larga tradiciónEn Washington, los economistas de distinto signo político coinciden en que Powell será recordado como “uno de los buenos presidentes” de la Fed; tardó en reaccionar a la inflación que trajo la pandemia, pero después pilotó un “aterrizaje suave” de la economía que evitó la recesión. “Creo que ha honrado la larga tradición de compromiso con la independencia del banco central. Ir en contra de esa independencia solo resta al organismo capacidad para responder a posibles crisis”, explicó este jueves en una entrevista telefónica Natalie Baker, directora de análisis económico del laboratorio de análisis progresista Center for American Progress.
“Pese al ruido, Powell sigue empeñado en su objetivo: dejar la economía americana en el mejor estado posible”, aclaró, por su parte, una fuente del mercado, que pidió hablar anónimamente. “Y no lo ha tenido precisamente fácil: ha sobrevivido a Trump, a una pandemia, y otra vez a Trump”.
El segundo Trump ha resultado ser mucho más correoso. El presidente acusa sin pruebas a la Fed de haber bajado los tipos el año pasado para favorecer la elección de los demócratas. Desde el regreso de Trump al poder, Powell ha reiterado que, en mitad de una economía que se está demostrando “resistente” pese a todo, la “incertidumbre” que el republicano siembra con tanto vaivén arancelario aconsejan dejar los tipos como están (al menos, hasta septiembre, cuando sí se espera un recorte).
En vista de las firmes convicciones de Powell, Trump y los suyos han recurrido a un nuevo plan de ataque: acusarlo de despilfarro en las obras de renovación de los dos edificios neoclásicos que sirven la sede a la Fed en Washington. Son de los años treinta y nunca se han remodelado desde entonces. Los andamios que los cubren parcialmente se han llenado estos días de curiosos y periodistas que tratan de ver a través de ellos si, como dicen los aliados de Trump, hay indicios de derroche como “terrazas ajardinadas en la azotea, fuentes, ascensores VIP y mármol de primera calidad” a espuertas que explicarían una desviación del presupuesto inicial de 600 millones de dólares hasta los 2.500 millones.
En una carta enviada la Casa Blanca este jueves, Powell achaca esa desviación a materiales y costos de mano de obra más altos de lo esperado o a un problema de contaminación tóxica en el suelo que salió a la luz sobre la marcha y que hubo que resolver. También niega que haya ascensores o comedores VIP. La parte del mármol se contestó sola gracias a una información de la AP: resulta que fueron los enviados de Trump los que en 2020 pidieron más de ese noble material, de la variante “blanca de Georgia” en las fachadas, siguiendo las instrucciones del entonces presidente, cuyo gusto por la ostentación es bien conocido. Los arquitectos de la reforma preferían el cristal, para subrayar “la transparencia de la institución”.
Trump, tan cómodo como de costumbre al ser descubierto en sus contradicciones, ha dicho esta semana que si hubo “fraude” en esa renovación sí lo despediría. Una sentencia del Tribunal Supremo del pasado mes de mayo amplió los poderes presidenciales para destituir a miembros de las agencias independientes, como la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) o el regulador de la competencia (FTC), pero excluyó a la Fed por considerar distinta del resto.
“El fallo, como señaló la jueza [liberal] Elena Kagan en su opinión discrepante, no aclaró por qué hay esa diferencia, así que no creo que se pueda descartar la posibilidad de un despido”, opina en un correo electrónico el profesor Derecho de la universidad de Massachusetts Paul Collins, experto en la politización del Supremo. Collins advierte, con todo, que “incluso los abogados que asesoran a Trump” dudan de que el pretexto del sobrecoste sea “suficiente para justificarlo”. “No estoy seguro de que eso les importe a los magistrados conservadores [del alto tribunal], que han demostrado ser muy reacios a llevarle la contraria al presidente”, añade el experto.
De momento, Trump y su secretario del Tesoro, Scott Bessent, ya han deslizado la idea de nombrar al sustituto de Powell a la vuelta del verano, mucho antes de lo que indica la costumbre de Washington. Algo así, considera el execonomista jefe del FMI Kenneth Rogoff, incorpora el riesgo de crear un Comité Federal de Mercado Abierto “paralelo”, lo que añadiría presión al comité de Powell.
Los antecedentes de una intervención política como la que ahora se cierne sobre la Fed no son halagüeños. “El caso clásico es el de [el presidente Richard] Nixon, que presionó para una bajada de los tipos de interés [a Arthur Burns] para ganar las elecciones [de 1972]; eso trajo un aumento de la inflación que tardó una década en controlarse”, recuerda Baker, que agrega que “cambiar al presidente” no equivale a controlar el banco central. La de bajar o subir los tipos aún seguiría siendo una decisión tomada por la mayoría de un comité al que, recordemos, Powell seguiría perteneciendo hasta 2028. Que sus 12 miembros no piensan de modo monolítico lo volvió a demostrar esta semana el gobernador Christopher Waller, que declaró que él está por una bajada de los tipos de 125 puntos básicos en julio (también dijo que si Trump le pidiera sustituir a Powell le daría el ‘sí quiero’).
Mientras Waller hacía méritos, The Wall Street Journal publicó esta semana un editorial titulado No despida al presidente de la Fed, señor Trump. Defendía que es “en el interés de todos, también en el suyo propio, que los mercados perciban al sustituto de Powell como un gestor serio y no como un pusilánime enchufado por la Casa Blanca”. Los mismos opinadores del Journal admitían a continuación que un “inusual gesto de moderación” como ese tal vez sea demasiado pedir para alguien que debe buena parte de su fama y su fortuna al impulso de gritar: “¡Estás despedido!“.
EL PAÍS